Esta capacidad permite desarrollar programas educativos que desafían los estereotipos y sesgos de género tradicionales, promoviendo una educación que reconoce y valora la diversidad de identidades y experiencias. Al incorporar la perspectiva de género en el diseño curricular, se contribuye a la formación de profesionales más conscientes y preparados para abordar las desigualdades de género en sus campos de acción. Además, este enfoque enriquece los procesos de enseñanza-aprendizaje al integrar diferentes voces, experiencias y saberes tradicionalmente marginados, fomentando así una educación más crítica, reflexiva y socialmente responsable.