Esta capacidad permite desarrollar intervenciones que articulan diferentes niveles de atención, desde el autocuidado individual hasta las respuestas institucionales, creando redes de apoyo y sistemas de alerta temprana más efectivos. Su valor distintivo radica en la integración de prácticas preventivas sostenibles que fortalecen los factores protectores en múltiples contextos, mejorando la identificación de señales de riesgo y la capacidad de respuesta comunitaria e institucional. Además, contribuye significativamente a la desestigmatización de la salud mental y al desarrollo de comunidades más resilientes y conscientes.